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2003-03-19

Tikal y el Mundo Perdido

Taán u ki' k'aay máaso' ob.
No estoy ebrio. Simplemente me encuentro en Tikal, en la Gran Plaza rodeada por el Templo del Jaguar y el Templo de los Mascarones.

Estas dos niñas son de aquí, de la zona maya de Peten, y su traje de mil coloraciones lo atestigua.
Durante unos segundos, mi cámara ha captado su sonrisa y ellas me conceden unas palabras en uno de los dialectos mayas, el Quiché. Unos de los pocos que han permanecido desde la llegada de Colón al Nuevo Mundo.

Llegar a Tikal, significa rendirse ante la perfección y el enigma de la cultura maya, majestuosa con sus diferentes templos, altares, acrópolis. Algunos de ellos cuentan hasta con más de 143 angostos escalones.

No existen términos para describir ese momento, ni el espectáculo desde el templo del Mundo Perdido desde el cuál tantos sacrificios de doncellas se han ido sucediendo a través de los siglos, como ofrenda al supramundo y al intramundo.
Silencio por favor. Estamos ante un fragmento de la historia de la humanidad.
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Después de un largo e intenso momento de aturdimiento y éxtasis cultural, y de un agotador pero enriquecedor recorrido de 8 horas a través de todo el pueblo maya, el único desconsuelo fue ver como una nube nos negaba un atardecer tan esperado desde la vista del Mundo Perdido, rodeado por el resto de los templos y por una selva interminable.
Nos situamos por encima de los árboles, incluso los que llegan a 80 m de altura y los ojos parecen captadores sensibles de sonidos e imágenes.

El resto de nuestro viaje por Guatemala y Antigua fue muy enriquecedor. Antigua, ciudad hispánica del siglo XVI representa un elocuente encanto debido a su mezcla cultural entre dos mundos distintos: el mundo indígena y el mundo hispano.
Antigua, joya colonial llena de colores, de calles empedradas, pareces haber detenido el tiempo entre tus calladas y dormidas arterias!
Y nosotros nos detenemos para admirarte.



De Guatemala me llevaré de recuerdo la bonita sonrisa de los niños que intentaba disimular esa gran tristeza, tristeza que parecía haberse instalado en sus miradas desde hace años... Miguel Habana.

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